El sol se hunde como un zarzal ardiente. Las arrugas se anegan de polvo y sudor; siempre ha sido así. Las manos, callosas como troncos de roble, empujan la puerta de la cabaña, y ve como la mosquitera no sirve para nada. Lleva lustros rota y desvencijada. Su jornada en los campos de algodón ha acabado. Brownie busca en el rincón de siempre. Uno de los únicos cuatro rincones de su humilde morada, allí donde siempre le espera su guitarra, esperándole como una fiel amante, tan distinta de Louise. La Louise por tantos extraños besada y gozada. Sale de la cabaña y camina hacia la choza de Sonny. Su porche no tiene termitas, es algo más grande y está mejor situado, cerca de la carretera. Así quizá alguien los oiga y los contrate para un baile, un bautizo o una boda. Y aunque no encuentran demasiadas cosas en sus vidas que merezcan la pena, al menos tienen el blues. Tan cierto como las notas de la armónica de Sonny y la guitarra de Brownie.
Los misterios del espacio-tiempo y los caprichos del azar impiden que Tete Chumi sea el protagonista de esta postal añeja. Océanos de agua y tiempo. Nada más, nada menos. Chumi tiene el blues, como Charlie, Robert, Mississippi, Muddy, Blind Willie, Skip o Son; lo comparte como ya lo hiciera tiempo atrás Robert Crumb, y con una fascinación llena de amor y sensibilidad hacia esa música tan antigua nos regala estos retratos enormes. Retratos llenos de verdad, dignidad y evocación de unos héroes, ya desaparecidos, cuyo legado sigue inspirándonos. Solo pedirte un pequeño favor: Tete Chumi toca de nuevo aquellas viejas canciones para todos nosotros, o mejor…, dibújalas.
– Cisco Fran